Una Ruta Portuguesa (Parte II)

Abandoné Alcobertas con cierta desazón. Cuando un monumento megalítico me cobija me cuesta emprender de nuevo la ruta concebida. Mientras conduzco hacia el Convento de Cristo, en Tomar, donde espero templarme, me pregunto qué carajo estoy haciendo, ¿Por qué esta búsqueda de megalitos?

Después de haber devorado grandes dosis de bibliografía al respecto, lo único que se me ocurre pensar es que es precisamente Lo Que Se Desconoce De Ellos lo que me fascina. La contundente unanimidad de criterios que los expertos comparten en todos los estadios por los que ha ido pasando el hombre en el devenir de su historia queda "frenada en seco" al llegar al Megalitismo. Surgen entonces las contradicciones, y aparecen tendencias y teorias.

Llevo dos horas tratando de templarme donde los templarios, pero no lo consigo. No me concentro. Elucubro sobre el gran parecido de los ortostatos de Alcobertas y los de Carapito.

Por fin conseguí relajarme en una barbería de primeros de siglo (veinte) en el casco viejo de Coimbra, donde, a pesar de ir rapado y afeitado, no tuve más remedio que entrar y ocupar aquel vetusto sillón giratorio, auténtica pieza de museo. Por un momento pude olvidar mis cuitas megalíticas.

Pasé aquella noche en Penacova, precioso nido de águila en cuyo fondo serpentea el Mondego. Una amena velada en un bar cualquiera animando a Portugal, como un portugués más, en su partido de clasificación para el mundial 2010. Esta es la sexta visita a este país y mi afecto va increscendo.

Carregal de Sal, Oliveira do Hospìtal, Seia, Gouveia, Fornos de Algodres, Mangualde, jornada de fantasía petrea. Estaba tan alegremente saturado que apenas sin darme cuenta llegué al valle del Limia, en Orense, donde visitaría los dólmenes que bordean la orilla del embalse de Maus de Salas.

Posteriormente quiero ir a los alrededores de Benavente donde creo que hay unos... pero bueno, eso ya es otra historia.

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