Lucas y compañía

En algún lugar de este blog comenté que hubo una época en la que al cruzar el Estrecho de Gibraltar y llegar a Algeciras nunca giraba hacia la izquierda. Las llanuras onubenses y sevillanas no me atraían. Sin embargo, sí que, por motivos profesionales, viajaba periódicamente a estas provincias.

En la década de los ochenta, recién llegado a Ceuta como un novato Agente Forestal, me hice cargo, entre otros cometidos, de la recepción, custodia, cuidado y posterior puesta en libertad de todo animal salvaje (herido, exhausto, expoliado, confiscado, etc...) que cayera en mis manos.


Ceuta es un punto estratégico en los flujos migracionales de miles de aves. El paso del Estrecho está sometido, de manera periódica, a fuertes temporales de vientos, que unido a la inexperiencia, inmadurez, malnutrición, etc..., de muchas aves, provoca que dicho paso se resuelva con cantidad de aves abatidas en cualquier punto de la geografía ceutí. Así que al no existir, en aquellos tiempos, un centro, estatal o local, que se dedicara a la recuperación de estos animales, en mi casa no faltaba nunca ni el pan ni algún plumífero con el pico abierto y la lengua jadeante. 

Normalmente, en un par de dias de tranquilidad y algo de sustento, las aves exhaustas suelen recuperarse adecuadamente y continuar su ruta, pero no siempre es así. Había momentos que el número de convalecientes superaba con creces mis recursos físicos y espaciales. Para colmo de males, el Seprona de la Guardia Civil empezó a funcionar en Ceuta, y "graciosamente", me hacían depositario de un sin número de animales confiscados en la aduana con Marruecos.

Yo solía comunicar estas "saturaciones" al hoy extinto ICONA en Sevilla, órgano del que dependía en aquellos años y una vez dado el visto bueno, me preparaba una docena de cajas de cartón que pudieran albergar algún águila calzada, culebrera, ratonero, abejero, milano, alimoche, cernícalo, carabo, lechuza, buitre, cigüeña, calamón y un largo etcétera, y con tan espléndida compañía me desplazaba primero a la Plaza de España en Sevilla para luego continuar hasta el Parque Nacional de Doñana, donde sí existian (existen) unas adecuadas instalaciones. 


Este íntimo trato con multitud de animales (a los migracionales y autoctonos habría que sumarle los exóticos cuyo destino, por desgracia, era invariablemente tétrico: monos, tortugas, lagartos, loros y hasta panteras y leones) me hicieron vivir infinidad de situaciones espeluznantes, agradables, tragicómicas, pero que hoy guardo con un cariño muy especial.
 

Os contaré una: Lucas apareció, más muerto que vivo, abatido en las rompientes de una playa durante un vendaval de levante. Lo recogí sin más problemas que esquivar olas batientes de varios metros. Lo sostuve por la punta de ambas alas unidas en alto, y aún así su cabeza arrastraba por el suelo chorreando agua.


Venía anillado, por lo que pedí por correo postal, cualquier información al respecto al Centro de Anillamiento del ICONA en Madrid. Estuvo tres días en una gran caja, recuperándose. Yo esperaba el momento, terrible siempre, de meterle una goma por el gaznate y con una gran jeringa inyectarle alimento líquido mezclado con una pequeña dosis de antibiótico.

Cuando fuí a verlo el cuarto día, de la caja salía un pescuezo sin plumas terminado en una altiva cabeza y una mirada mucho más desafiante que agradecida. Al verme, salió catapultado como esos muñecos con muelle que saltan al abrir una caja sorpresa. Lo primero que destrozó y engulló a medias, fue una camisa mía que se secaba en un cordel. 

Inmediatamente deseché la idea de la jeringa, no solo porque lo creí innecesario dado su apetito voraz, sino porque temía que me comiera una mano. Le lancé una codorniz que desapareció antes de llegar al suelo y tuve que cerrar la puerta tras de mí con carácter de urgencia. Lucas se estrelló contra ella con un golpe seco.

A partir de ese momento me percaté de que Lucas iba a convertirse en algo inquietante, incierto. Se comía en dos días el pequeño presupuesto para alimentación de un mes. Meterlo en una caja para trasladarlo al lugar de liberación fué tarea de tres personas y una lona de tienda de campaña del ejército. Cuando se vió libre, con un precioso paisaje montañoso ante él, comenzó a brincar dando pequeños vuelos, aleteando como un molinillo frenético y dando terroríficos graznidos de alegría... pero no se iba.


Yo no quería pensar siquiera en la posibilidad de tener que regresar a casa de nuevo con Lucas... pero regresé de nuevo a casa con él diecisiete veces más, en casi dos meses. Se comió todo lo comible en el maletero de un coche; gomas, espuma, plásticos y una vez hasta cagó un tornillo. 

Aprendió a deshacer cajas y buscar resquicios en la lona. Los últimos intentos Lucas viajaba de copiloto, mirando el paisaje. En el intento número siete me llevé una toalla y después de sacarlo del coche le dí una paliza, amedrentándolo, intentando que huyera. 

Cuando lo ví volar hasta convertirse en un punto lejano salté de alegría y decidí regresar a la ciudad y emborracharme. No había avanzado trescientos metros cuando Lucas, cual paracaidista de precisión en el desfile de las Fuerzas Armadas, aterrizó delante del coche, en mitad de la carretera. ¡¡Dios mio!!

Otros intentos desesperados, a toallazo limpio, culminaron con aterrizajes milimétricos nada mas notaba que el coche se alejaba. Lucas era un buitre...  ¿o un engendro alado del averno?

Informé a los escalones jerárquicos superiores de tan peliaguda situación y me facilitaron el traslado de Lucas a una buitrera ubicada en Facinas, cerca de Tarifa. Con cierto alivio preparé una rudimentaria caja con listones de madera envuelta en fuertes lonas y la subí a la baca del coche.

En la bodega del barco, antes de subir a la zona de pasajeros, revisé bien todos los anclajes del habitáculo de Lucas. Plácidamente sentado con un cafetito y el periódico, dispuesto a disfrutar de la travesía, cuando vi pasar ante mí a una azafata histérica, batiendo ambas manos y que con cara de asco gritaba a una compañera; "¡¡hay algo en la bodega que sale de una caja... una serpiente enorme o algo así.....qué asco!! 

Corrí a la bodega; El espectaculo era dantesco. Un grupo de operarios de la bodega, armados con palos y cuerdas trataban de evitar que Lucas acabara de liberarse. Aquel demonio había encontrado un pequeño roto en la lona, lo había desgarrado, reventando varios listones de madera y se debatía por sacar la totalidad del cuerpo mientras lanzaba siniestros picotazos a sus adversarios. Supuse que la terrible serpiente que vió la azafata era el cuello y la cabeza de Lucas debatiéndose.

¡¡Ya voy, ya voy!! grité a los operarios para evitar, no sé, si que mataran a Lucas, o que este se comiera a uno de ellos y luego encontrara el tapón que nos hundiera a todos. Finalmente conseguimos reducirlo y volver a dejar el embalaje en un estado aceptable de seguridad.

En la buitrera de Facinas más de un centenar de buitres devoraban el cadáver de una res depositada en el comedero por los compañeros forestales de aquella comarca. Tuve que subirme al techo del vehículo para deshacer nudos y desclavar clavos. Ese fué el momento que Lucas eligió para despedirse de mí. Mientras aflojaba cuerdas por la parte superior, él encontró algun resquicio en el lateral. Sacó la cabeza e hizo presa en mi ingle. Con movimientos giratorios de la cabeza, trataba de llevarse algun recuerdo suculento. Como no tenía nada contundente para darle en la cabeza, se me ocurrió saltar del vehículo; mala idea. Un hilillo de sangre bajaba por mi pierna y empapaba el calcetín. En una venta restaurante cercana tuve que hacerme una cura de urgencias.

Lucas se mezcló entre sus congéneres y como se había quedado con hambre en su alevoso y desagradecido ataque, se distrajo lo suficiente en el cadáver como para que yo huyera despavorido. Conduje dolorido y obsesionado hasta el puerto de Algeciras, esperando que en cualquier momento Lucas organizara un accidente al aterrizar delante mia. Durante la travesía de vuelta no pude ver los delfines saltando junto al barco. Solo escudriñaba el cielo.

Llegó la información que solicité al Centro de Anillamiento. Lucas fué anillado en Marbella, donde también pasó una temporada entre homo sapiens. Era pues un turista astuto y malandrín.

Y a estas alturas de la historia, ¿dónde está el nexo de unión con mis adorados megalitos? Las llanuras onubenses y sevillanas no me atraían, pero fueron las grandes piedras manipuladas por el hombre antiguo las que me hicieron empezar a conocerlas, y cuando algo se conoce se respeta y admira más intensamente.

2 comentarios :

  1. Como siempre un 10!! Gracias por compartir tus divertidas e interesantes aventuras. Salúd

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  2. Recuerdo perfectamente cuando subí con mi hermano a verlo y otras veces que fui antes.

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