Alentejo, Tierra de Barros, La Serena (Parte II)


A pesar de que el motivo principal, la joya de mi corona, son los monumentos megalíticos, el paseo nocturno por Almendralejo, bajo una lluvia tenue, fué un auténtico goce. Después de todo un largo invierno sin llover, ni una gota, cero.

Las visitas guiadas al dolmen de Huerta Montero, solo son de diez a doce de la mañana. Un centenar de jóvenes estudiantes y yo. Nada más abrir el recinto, una chica joven, guía y arqueóloga creo, ya estaba yo tratando de hacer la primera de una buena ristra de fotografías. Ese y no otro, fue el momento que mi anciana cámara, bragada en mil aventuras, erosionada contra mil ortostatos, sufrida esponja de mil vinos derramados, regalo arcaico y acaso cariñoso, decidió para pasar a mejor vida.

Viendo el apuro en el que me encontraba, la guía se ofreció a inspeccionarla. Nada que hacer, había fallecido. Y aún tenía varios días por delante para ver y plasmar lugares telúricos, así que corrí hasta un cercano Carrefour e invertí, y sacrifiqué, un par de días de viaje en una nueva cámara, cualquiera.

Regresé con el tiempo justo de ver una curiosa actividad que tienen organizada en la visita de Huerta Montero. Dado que el dolmen carece de cubierta, bajan desde el techo una gran lona que hace las veces de túmulo. Encienden unos focos que representan un amanecer del solsticio de finales de junio, cuando entra la luz directamente hasta el fondo de la cámara a través del corredor. Es un solsticio bastante artificial pero queda muy aparente y didáctico.

Comentando, al final de la visita, resultó que a aquella joven, guapa, también le fascinan los megalitos, ¿no es increíble? ¡Ya somos legión!


Y ahora, desde Tierra de Barros hasta La Serena. Una vez me tomé un vino y su respectiva tapa en Barcarrota, y me costó noventa céntimos de euro. Lo tenía como un impresionante récord imposible de batir, pero me llegué a repostar a Palomas, entre Almendralejo y el Valle de la Serena. Junto a la gasolinera hay un bar y como yo también necesitaba repostar me tomé un vino y una tapa de muslitos de pollo frito con patatas fritas. Sesenta céntimos. ¡Viva Extremadura! ¡Viva!

En el cruce de Zalamea de la Serena y Quintana de la Serena está Cancho Roano. Menudo Lugar. Templo fenicio - tartésico. No había a una hora tan intempestiva como las dos de la tarde más que conejos, perdices y algún elanio azul. La mejor de las compañías para pasear (cuidadosamente) a mis anchas por todo el recinto.

¿Qué hacían mis primos fenicios tan lejos de la costa? ¿Buscarían piedras igual que yo?


Desde Cancho Roano hasta Azuaga hay cuarenta y cinco kilómetros, sin presencia humana alguna, aunque unos impresionantes paisajes.

Aquí, en Azuaga, callejeé hasta dar con una carreterita que me llevaría hasta La Cardenchosa, donde hay un misterioso y oscuro menhir prehistórico en mitad de una calle.


¿No hay en Bélmez, ya en Córdoba, un megalito visitable y tal?...

Como siempre, mi viaje termina como no podía ser de otra forma;

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